Nunca
he podido verme la cara justo después de tragármelo pero imagino que mis labios
lucirán una sonrisa espléndida. Siempre sonrío cuando estoy satisfecha. También
cuando disimulo.
La
primera vez lo hice de forma totalmente involuntaria. Ni siquiera recuerdo
quién era la persona que me acompañaba sólo que disparó tan rápido y tan
directo que no tuve tiempo para reaccionar. Mis opciones se redujeron a tragar
y disfrazar mi asombro de seguridad.
El
tiempo jugó a mi favor y terminé espantando los complejos que preñaban mis
pensamientos cada vez que me lo tragaba. El sentimiento de culpa pronto
entendió que escupirlo no era una alternativa factible: negar la evidencia
resulta siempre patético.
Bastaron
un par de desengaños a tu lado para (no) asumir que estaban en lo cierto; todos
sus pronósticos fueron cumpliéndose mientras mi umbral del sonido quedó
reducido al tono de tu voz y mi mirada solo perseguía reflejarse en la tuya.
Desde entonces, la lógica de sus argumentos amordaza mis palabras, evitándome
el dolor que causa pronunciar tu nombre como sujeto de los pretextos con los
que intento justificarte en cada respuesta muda.
Hoy
nadie me ha hablado de ti.
Hoy
nadie me ha dedicado esas miradas inquisitivas que no comprenden la postura que
llevo demasiado tiempo manteniendo. A veces, yo tampoco la entiendo.
Hoy
he vuelto a tragármelo. El orgullo sabe aún más amargo cuando lo envuelve el
silencio. Aún no lo he digerido y ya estoy esperando que vuelvas a desvelarme
esta noche.
Alba Expósito